domingo, 26 de octubre de 2014

CIUDADES DE PAPEL

Sinopsis: Una joven desparece dejando una serie de pistas que sólo su mejor amigo de la infancia podrá descifrar... En su último año de instituto, Quentin no ha aprobado ni en popularidad ni en asuntos del corazón... Pero todo cambia cuando su vecina, la legendaria, inalcanzable y enigmática Margo Roth Spiegelman, se presenta en mitad de la noche para proponerle que le acompañe en un plan de venganza inaudito. Después de una intensa noche que reaviva el vínculo de una infancia compartida y parece sellar un nuevo destino para ambos, Margo desaparece dejando tras de sí un extraño cerco de pistas. Con un estilo único que combina humor y sensibilidad, John Green, el autor de Bajo la misma estrella, teje una emotiva historia a la que da vida un inolvidable elenco de personajes. Ganadora del prestigioso premio Edgar, Ciudades de papel aborda los temas de la amistad, el amor y la identidad para plantearnos una pregunta: ¿vemos en los demás, y en nosotros mismos, solo aquello que queremos ver?






PRIMERA FRASE:
El día más largo de mi vida empezó con retraso.
Las reglas de las mayúsculas son muy injustas con las palabras que están en medio.

—¿Sabías que, durante casi toda la historia de la especie humana, el promedio de vida ha sido inferior a treinta años? Disponían de unos diez años de vida adulta, ¿no? No planificaban su jubilación. No planificaban su carrera profesional. No planificaban nada. No tenían tiempo para hacer planes. No tenían tiempo para pensar en el futuro. Pero luego las expectativas de vida empezaron a aumentar y la gente empezó a tener cada vez más futuro, así que pasaba más tiempo pensando en él. En el futuro. Y ahora la vida se ha convertido en el futuro. Vives cada instante de tu vida por el futuro...

—Luz —dije—, el recordatorio visible de la Luz Invisible.
—Qué bonito.
—T. S. Eliot —añadí—.

—Siempre me ha parecido ridículo que la gente quiera estar con alguien solo porque es guapo. Es como elegir los cereales del desayuno por el color, no por el sabor.

—Es más impresionante —dije en voz alta—. Desde la distancia, quiero decir. No se ve el desgaste de las cosas, ¿sabes? No se ve el óxido, las malas hierbas y la pintura cayéndose. Ves los sitios como alguien los imaginó alguna vez.
—Todo es más feo de cerca —explicó Margo.
—Tú no —le contesté sin pensármelo dos veces.

—Te cuento lo que no me gusta: desde aquí no se ve el óxido, la pintura cayéndose y todo eso, pero ves lo que es realmente. Ves lo falso que es todo. Ni siquiera es duro como el plástico. Es una ciudad de papel.

Era un hilo débil, por supuesto, pero era el único que me quedaba, y toda chica de papel necesita al menos un hilo, ¿no?

—¿Y cuál es el placer? —le pregunté.
—Planearlo, supongo. No lo sé. Las cosas nunca son como esperamos que sean.

yo boca arriba y ella de lado, pasándome un brazo por encima y con la cabeza apoyada en mi hombro, mirándome. No hacíamos nada. Simplemente estábamos tumbados juntos bajo el cielo.

El placer era observar nuestros hilos cruzándose, separándose y volviéndose a juntar.

—Es una metáfora de la adolescencia —intervino mi madre—. Escribir en una lengua (la edad adulta) que no entiendes y emplear un alfabeto (la interacción social madura) que no reconoces.

El Chuco no funcionaba con gasolina, sino con el inagotable combustible de la esperanza.

Pensé que quizá a eso se refería cuando me dijo que echaría de menos salir conmigo. Sabía que se iría a alguna parte para tomarse otro de sus breves descansos de Orlando, la ciudad de papel.

Ay, el dolor. El dolor. Siempre llueve. En mi corazón.
—Sí, creo que eso es de Shakespeare —le contesté despectivamente—.

Era la edición de Penguin Classics de la primera edición de Hojas de Hierba.

Si quieres encontrarte conmigo, búscame bajo la suela de tus zapatos.

Si no me encuentras al principio no te descorazones,
si no estoy en un lugar me hallarás en otro,
en alguna parte te espero.

Quizá era rara, o quizá los raros éramos los demás.

Es la más baja de todas las emociones posibles, sientes que estaba con nosotros antes de que existieras, antes de que existiera este edificio, antes de que existiera la Tierra. Es el miedo que hizo que los peces salieran del agua y desarrollaran pulmones, el miedo que nos enseña a correr, el miedo que hace que enterremos a nuestros muertos.

Bueno, en algún momento dejarás de mirar el cielo, o uno de estos días mirarás hacia abajo y verás que también tú has salido volando.

«Seguiré el hilo. No traicionaré tu confianza. Te encontraré.»

Me tumbé un rato con la manta que olía a ella y miré el techo. Por un agujero veía un trocito del cielo de la tarde, como un lienzo dentado pintado de azul. Era el sitio perfecto para dormir. Podían verse las estrellas por la noche sin mojarte si llovía.

La hierba es una metáfora de la vida, y de la muerte, y de la igualdad, y de que estamos conectados, y de los niños, y de Dios, y de la esperanza.

Mear es como un buen libro: cuando empiezas, es muy muy difícil parar.

¿Sabes que ahora mismo eres mi mejor amigo?

los seres humanos carecemos de buenos espejos. Es muy difícil para cualquiera mostrarnos cómo se nos ve, y para nosotros mostrar a cualquiera cómo nos sentimos.

Era lo que más me gustaba de mis amigos, que nos bastaba con sentarnos a contar historias.

Pienso en mapas, en cómo de niño observaba de vez en cuando un atlas, y el mero hecho de observarlo era como estar en otro sitio.

Marcharse es muy duro... hasta que te marchas. Entonces es lo más sencillo del mundo.

Desde hace siglos se introducen trampas en los mapas para controlar los derechos de autor. Los cartógrafos crean lugares, calles y municipios ficticios y los colocan en un lugar poco visible de su mapa. Si la entrada ficticia aparece en el mapa de otro cartógrafo, es evidente que ese mapa ha sido plagiado. A estas trampas también se las denomina trampas clave, calles de papel y ciudades de papel

No sé qué aspecto tengo, pero sé cómo me siento: joven. Torpe. Infinito.

Resulta sencillo olvidar lo lleno de personas que está el mundo, abarrotado, y cada una de ellas es susceptible de ser imaginada y, por lo tanto, de imaginarla mal.

Podemos oír a los demás, y podemos viajar hasta ellos sin movernos, y podemos imaginarlos, y todos estamos conectados por un loco sistema de raíces, como hojas de hierba, pero el juego hace que me pregunte si en realidad podemos convertirnos totalmente en otro.

Las personas son diferentes cuando puedes olerlas y verlas de cerca, ¿sabes?

Qué engañoso creer que una persona es algo más que una persona.

Por jodida que sea la vida, siempre es mejor que la muerte.

Podría levantarme, acercarme a ella y besarla. Podría.

Para mí habías sido un chico de papel todos estos años... Dos dimensiones como personaje en el papel y otras dos dimensiones diferentes, pero también planas, como persona. Pero aquella noche resultó que eras real.

es genial ser una idea que a todo el mundo le gusta. Pero no podía ser la idea de mí misma,

Un punto en el mapa se convirtió en un lugar real, más real de lo que las personas que crearon ese punto habrían imaginado. Pensé que quizá aquí la silueta de papel de una chica podría empezar a convertirse en real.

Ese algo más profundo y más secreto. Son como grietas dentro de ti. Como líneas defectuosas en las que las cosas no encajan bien.

—¿No te preocupa el futuro?
—El futuro está formado por ahoras —me contesta.
No tengo nada que decir. Estoy dándole vueltas cuando Margo dice:
—Emily Dickinson. Como te he dicho, estoy leyendo mucho.

—¡Se supone que deberías hacer que me sintiera mejor, no peor! —me dice—. ¡Es tu papel!

Podría girarme, y ella también podría girarse. Y podríamos besarnos. Pero ¿qué sentido tiene besarla ahora? Es algo que no irá a ninguna parte. Los dos contemplamos el cielo sin nubes.
—Las cosas nunca suceden como imaginas —me dice.
El cielo es como un cuadro monocromático contemporáneo, su ilusión de profundidad me atrae y me eleva.
—Sí, es verdad —le digo. Pero lo pienso un segundo y añado—: Pero también es verdad que si no imaginas, nunca pasa nada.

imaginar que eres otra persona, o que el mundo es otra cosa, es la única manera de entrar. Es la máquina que mata fascistas.

Hemos necesitado miles de kilómetros y muchos días, pero aquí estamos: su cabeza sobre mi hombro, su respiración en mi cuello y el enorme cansancio de los dos.

Cuando me despierto, la mortecina luz del día hace que parezca que todo es importante, desde el cielo amarillento hasta los tallos de hierba por encima de mi cabeza, que oscilan a cámara lenta como una reina de la belleza.

Pero hay mil maneras de verlo. Quizá los hilos se rompen, o quizá nuestros barcos se hunden, o quizá somos hierba y nuestras raíces son tan interdependientes que nadie está muerto mientras quede alguien vivo. Lo que quiero decir es que no nos faltan las metáforas. Pero debes tener cuidado con la metáfora que eliges, porque es importante. Si eliges los hilos, estás imaginándote un mundo en el que puedes romperte irreparablemente. Si eliges la hierba, estás diciendo que todos estamos infinitamente interconectados, que podemos utilizar ese sistema de raíces no solo para entendernos unos a otros, sino para convertirnos los unos en los otros. Las metáforas implican cosas. ¿Entiendes lo que te digo?

—Eres especial —me dice por fin.
Me mira. Mis ojos, sus ojos y nada entre ellos. No voy a ganar nada besándola, pero ya no pretendo ganar nada.
—Hay algo que tengo que hacer —le digo.
Asiente ligeramente, como si supiera qué es ese algo. Y la beso.

Decir estas cosas evita que nos desmoronemos. Y quizá imaginando esos futuros podemos hacerlos reales, o quizá no, pero en cualquier caso tenemos que imaginarlos.

Siento sus manos en mi espalda. Y aunque está oscuro, no cierro los ojos mientras la beso, y Margo tampoco. Está tan cerca de mí que puedo verla, porque incluso ahora aparece el signo externo de la luz invisible, incluso por la noche en este aparcamiento a las afueras de Agloe. Después de besarnos nos miramos tan de cerca que nuestras frentes se tocan. Sí, la veo casi a la perfección en esta agrietada oscuridad.

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